Carlos Fuentes es escritor mexicano. |
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EL PAÍS
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Opinión - 21-02-2006
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El panorama de la izquierda actual en Latinoamérica ha sido descrito
muchas veces en los últimos tiempos y seguirá siendo objeto de
interpretaciones apasionadas, tal vez que contiene: a)
La novedad de un retorno después de largos inviernos militaristas y
primaveras democráticas que no llegaron a la base popular de la
pirámide, y b) Un verdadero smorgasbord o ensalada de tendencias.
Fidel Castro es el decano de la izquierda latinoamericana. Casi medio
siglo en el poder gracias a dos factores consecutivos. Primero, la
agresión de los EE UU. Acostumbrados, desde las épocas de la Enmienda
Platt, a dominar la isla, los EE UU se encontraron, en la revolución
castrista, con "la horma de su zapato". Increíble juego de equívocos:
la hostilidad de diez Administraciones norteamericanas no ha hecho sino
afianzar el poder de Castro. Una famosa caricatura muestra a cada
mandatario estadounidense a partir de Eisenhower entonando la mantra
"Fidel Castro está a punto de caer". Los intentos de normalización de
Carter y Clinton fracasaron: no le convenían a Castro, quien -segundo
factor- ha montado un aparato autoritario sobre la base de la defensa
contra el imperialismo yanqui. Esto convierte a cualquier opositor, ipso facto, en traidor potencial. La maquinaria totalitaria es aceitada por el enemigo y se lubrica a sí misma.
Lo que no le funciona a Castro es la economía. Los intentos de
diversificación han fracasado, Cuba ha regresado al monocultivo y a la
explotación turística. Una economía gigoló
fue sostenida largo tiempo por la hoy extinta URSS artificialmente
abandonada al terminar la guerra fría y rescatada de nuevo por la
munificencia petrolera de Hugo Chávez. Los méritos de Cuba -educación y
salud- deben sobrevivir al régimen. Y la ayuda de Chávez es tan
pasajera como el personaje mismo.
Montado sobre la quinta producción mundial del petróleo, Hugo Chávez se
pasea como gobernante de izquierda cuando en verdad es un Mussolini
tropical, dispuesto a prodigar con benevolencia la riqueza petrolera,
pero sacrificando las fuentes de producción de empleo. Ataca a los EE
UU en materia comercial (el ALCA), pero no toca con una pluma la
relación petrolera que sufraga el gobierno de Caracas. Como Perón,
combina un discurso populista con grandes dosis de filantropía social.
Al contrario de Perón, no construye una industria local diversificada.
Chávez y sus espejismos se disiparán. Una población desencantada
buscará nuevos caminos sin haber aprendido demasiado. La izquierda
venezolana debe construir ya su proyecto postchavista.
En otro extremo de América, como diría Daniel Cosío Villegas, se
encuentran las izquierdas. Titubeante aún el régimen de Néstor Kirchner
en Argentina, indeciso entre un neoperonismo intolerante y un
neoperonismo blando. Sorpresivo el Gobierno de Tabaré Vázquez en
Uruguay, ágil en su defensa del interés nacional por encima de los
rubros izquierda-derecha; muy especial el caso de Brasil, con un
presidente Lula que ha propiciado un enorme éxito económico y
comercial, pero que decepciona a su base electoral popular y se mancha
con escándalos de corrupción tan melodramáticos como los múltiples
rostros de la ex eminencia gris del régimen, José Dirceu. Excluido el
Lord Chaney de la política brasileña, es de desear que el Gobierno de
Lula, derrotado de antemano en las venideras elecciones, deje un
terreno lo menos destrozado posible a sus sucesores.
La otra cara de la izquierda en Latinoamérica la representa, por
supuesto, Ricardo Lagos. Bajo su mandato, el pinochetismo ha sido
enterrado por la autoridad judicial (revelando, de paso, que el atroz
tirano era también un siniestro ladrón, jefe de una mafiosa familia de
cacos cínicos) y el Ejecutivo se ha dedicado a no condenar el pasado,
sino a construir el futuro. Mercado y Estado: el equilibrio entre ambos
factores ha asegurado el veloz (e incompleto) desarrollo de Chile bajo
el socialismo. La pobreza ha descendido del 40% al 18%. Todavía es
mucha pobreza: Michelle Bachelet tiene la mesa puesta. Pero Lagos deja
atrás un modelo superado: el Consenso de Washington que no compaginó
grado de inversión con crecimiento sostenido, ni mayor crecimiento con
mayor equidad. Y llega a Bachelet un modelo en construcción que supone
preservar el equilibrio macroeconómico a fin de atender con urgencia el
retraso microeconómico: crecimiento con empleo, infraestructura,
educación, redistribución y oportunidades.
Es este punto que, a grandes rasgos, le convierte en una izquierda
mexicana renovada, que hoy representa Andrés Manuel López Obrador.
Satanizado como heredopopulista y demagogo, López Obrador acaba de dar
una señal muy positiva en el discurso inaugural de su campaña en
Metlatonoc, Guerrero. "Que se escuche bien y se escuche lejos: sí habrá
economía de mercado, pero el Estado promoverá el desarrollo social para
combatir las desigualdades". Y añadió: "Sí habrá orden macroeconómico,
disciplina en el manejo de la inflación y el déficit público". Y, sobre
todo, calificó que tanto micro como macroeconomía deberán combatir a la
pobreza que es, lo sabemos todos, la lacra más dolorosa y permanente de
México desde que Humboldt nos definió, a principios del siglo XIX, como
el país de la desigualdad y nuestra debilidad mayor, como lo ilustra la
excelente novela de Ignacio Solares sobre la guerra
México-norteamericana de 1948, La Invasión.
Habrá tiempo de regresar sobre las propuestas del candidato López
Obrador, expresando la esperanza de que su camino sea más el de Lagos
que el de Chávez, y la seguridad de que ni Lagos ni Chávez son, en
pureza, repetibles en un país que comparte una frontera de tres mil
kilómetros con la primera potencia mundial. Situación que tampoco
concierne al último izquierdista en llegar al poder en Latinoamérica,
Evo Morales. Electo con una clara mayoría, Morales confirma un giro
positivo de la política latinoamericana: la izquierda puede llegar al
poder por la vía electoral. No hace mucho, esto era inconcebible. La
izquierda no tenía más recurso que la insurrección armada. Sin duda,
Evo Morales es consciente de que su elección lo compromete no sólo a
él, sino al maltratado pueblo de Bolivia, a mantener con claridad e
inteligencia los mismos procesos políticos libres que los llevaron, por
primera vez, al poder.