Las presiones están aquí.
Nos quedan unos cuantos días de campañas que tan solo están enfocados a los cierres de campaña. Son pocos los candidatos que esperan que hayan grandes giros en las preferencias de los electores. En realidad lo que queda es esperar para ver que tan acertadas fueron las encuestas más recientes. ¿Qué tanto ocultamos las y los mexicanos nuestras intenciones de voto? ¿Qué tanto decimos algo y hacemos lo contrario? ¿Qué tanto vamos a votar por una o un presidente, y que tanto por diputados de otro partido? ¿Qué tanto va a estar cerrado el sistema político?
Todas estás preguntas me las hago yo como militante de un partido, como integrante de una campaña, como activista socialdemócrata. Sin embargo me preocupa que militantes de otros partidos, integrantes de otras campañas, y activistas de otras corrientes, estén preguntandose:
¿Cómo le quitamos más votos al otro? ¿Dónde les faltan representantes de casilla a mis contrincantes? ¿Cuántos votos podré comprar? ¿Cuántos votos podré coaccionar?
Unos sueñan con la victoria de las estructuras partidistas, otros sueñan con la victoria de las masas descontentas, y otros sueñan con la victoria del miedo.
Yo, a diferencia de ellos, sueño con la victoria de las convicciones. Sueño con la victoria de aquellos que en las encuestas califican a Patricia Mercado como la mejor candidata. Sueño con la victoria de la congruencia de reclamar mejores políticos, y darles la oportunidad que merecen cuando estemos frente a las urnas. Sueño con la victoria de aquellas y aquellos que durante la campaña han demostrado y expresado su apoyo a un partido fresco. Sueño con la victoria de las y los que hemos hecho campaña en condiciones adversas, a contracorriente, sin recursos, sin estructura, sin miedo. Sueño con la victoria de quienes llevamos muchos años esperando algo nuevo, esperando una ventana en la historia para cambiar el futuro. Sueño con la victoria de aquellos que nos negamos a dejar de soñar.
El 2 de julio está muy cerca, y muchos nos presionan insistiendo en que debemos dejar de soñar. Como si los sueños fueran cuestión de voluntad y no de vocación. Como si los sueños fueran artículos a la venta, que encarecen y se descuentan dependiendo de la época del año. Soñadores somos los incomformes, los que queremos tener más control sobre quienes somos y a donde vamos. Soñadores somos los que arriesgamos en nombre del cambio. Soñadores somos lo que hablamos en voz alta con la intención de participar en el mundo. Soñadores somos aquellos que no vemos la realidad como necesaria, la vemos como materia prima. Soñadores somo los que no estamos solos.
La maravilla de los sueños de los soñadores es que son de ellas y ellos. No están impuestos por alguien más ni necesitan ser defendidos por un guardían. Los sueños son defendidos por sus creadores permanentes. Son defendidos con la convicción de representar un mejor futuro posible.
Por eso el poder de las convicciones. El poder de los sueños nuestros. Es con ese poder con el que nos defenderemos de quienes nos atacan. Con el poder de las convicciones nos defenderemos del voto útil y de sus falsos profetas. Con las convicciones nos defenderemos de los rumores. No nos detendremos.
Ni declinamos, ni nos aliamos, ni nos traicionamos. Somos una izquierda de valores que se ha dedicado a proponer, no a pelear. Se ha dedicado a construir no a destruir. Somos una Alternativa que (como dijo Patricia) se ha quitado los guantes, aunque aquí los tenemos. Guantes que usaremos en defensa propia. Guantes que usaremos para dar puñetazos de futuro, y golpes de convicción.
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