Creo en la discusión permanente. Así como Trotsky hablaba de la revolución permanente para decir que no se necesitaba esperar que hubieran condiciones objetivas para que el proletariado asumiera su papel histórico, creo que no se necesitan "condiciones objetivas" para que siempre haya una discusión. El término que usaba Trotsky, en aquél momento tenía sentido porque los stalinistas decían que la revolución sólo era en un país, mientras los otros países no pasar por el proceso histórico que desembocaba en la revolución. En cambio, Trotsky decía, que aunque hubiera proceso histórico, en los países en vías de desarrollo la burguesía estaba demasiado sometido por el capitalismo global como para asumir su papel en el cual pasaban de ser burgueses a ser capitalistas. Así, hoy la discusión permanente quiere decir que todo se puede discutir en todo momento. No tienen porque haber un límita a la discusión, más allá del limite practicable. Si deja de haber discusión es porque uno deja de escuchar y otro deja de hablar, no porque no deba de haber discusión.
Lo confieso, lo que más me gusta de discutir es sentir que gano una discusión, pero en realidad sólo me gusta eso, porque sé que implica que hay que estar preparado para rebatir el siguiente argumento que probablemente es mejor que el propio. Es decir, la única manera de corregir el mal argumento es esperando el contargumento, y es más difícil elaborar tanto argumento como contrargumento, que sólo argumento y y es más fácil dejar al otro elaborar el contrargumento que también puede ser rebatido.
La historia del artículo de abajo ("La tenencia como impuesto verde"), es extraña. Lo que empezó como un desplante en el momento que leí que los diputados planeaban abolir la tenencia, resultó en un artículo para un periódico. Algunas de las cosas que plantee en el primer desplante, las modifiqué cuando leí argumentos que revelaban la debilidad de los míos. Sin embargo, en toda la discusión, buena parte del día eludí un dilema central que conozco por el afán de defender la tenencia contra sus peores adversarios. El dilema es el dilema que suelen plantear China y la India en las conferencias internacionales sobre la reducción de gases invernadero: ¿Por qué los países en desarrollo tienen hoy que reducir su contaminación tanto como los países desarrollados, que son desarrollados justamente porque contaminaron tanto? Es decir, ser verdes suele ser costoso, y para los que menos tienen suele ser más costoso (ok, sé que existen excepciones y que se puede elaborar maś sobre las personas que como siempre estuvieron fuera de los mercados industriales, nunca han contaminado ni necesitan contaminar porque no han cambiado su forma de vida. Sin embargo creo que son los menos no los más, y que contaminan a su propia manera).
No fue hasta la mitda de la tarde, que un amigo que mejor me conoce, se dio cuenta de mi elusión del dilema. Escribío:
Carlos Bravo Regidor
Fuera de reconocer lo que decía, mis respuestas no tenían mucho sentido, preocupado le mandé un correo diciéndole que advertía el problema de mis argumentos pero que estaba yo ya metido en un problema pues tomar la vía pragmática del asunto me hacía entrar en un contradicción. Él en un esfuerzo por solucionar sin avadir el problema después propuso lo siguiente:
Carlos Bravo Regidor
La tenencia como impuesto hay que defenderla por lo que tiene
de definitivamente roja, no por lo que tiene de relativamente
verde.
Quizás lo verde le pueda venir, en todo caso, no como impuesto
sino como gasto: por lo que se puede hacer con los recursos
recaudados, no por la manera en que se recaudan.
Defendamos una tenencia ...roja en tanto que ingreso; defendamos
una tenencia verde en tanto que egreso.
Dejar de cobrarla no es rojo, obvio, pero TAMPOCO ES VERDE.
Ahí está la manera de picharlo: puede ser verde porque
antes fue roja. Pero si deja de ser roja, no puede llegar a ser
verde. Se quedaría, si acaso, en "azul".
Es decir Carlos tomó la ruta del pragmatismo riguroso. "Mide las cosas por sus consecuencias" (look at the fruits not at the roots), las consecuencias finales verdes (ambientales) no están en el cobro, sino en el gasto que es la consecuencia final. Sin embargo, las consecuencias finales rojas (redistributivas) están en el cobro no en el gasto (esto no es completamente preciso porque sólo por elevar el precio de los coches hay menos coches y menos contaminación, pero el punto es la construcción de la defensa argumentativa, no el cálculo subyacente).
La verdad la respuesta me impresionó, y llevo un par de días dando vueltas tratando de buscar el siguiente argumento, qué puede existir, pero necesita tiempo para cuajar, y puede ser algo así:
El cobro de impuestos tiene que ver con la capacidad de coerción de un Estado. Es decir, para cobrar impuestos hay que hacer eso, imponerlos. Pero la coerción no es sólo directa, sino a través de otros mecanismos que no sólo usan la fuerza final del Estado, como los argumentos que hacen que quien paga impuestos los crea una imposición deseable. ¿En una sociedad dónde los impuestos son difíciles de legitimar, qué argumentos usamos? ¿Los mejores argumentos para lo que creemos o los mejores argumentos para poder cobrar los impuestos? Esto no resuelve el problema planteado por Carlos por completo, porque la siguiente pregunta sería: ¿qué impuestos, los progresivos por ingreso o los progresivos por contaminantes? que tal vez nos lleva al mismo lugar que antes. Pero no importa, para eso es la discusión permanente.
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