Acabo de terminar de leer "Mi Paso por el Zapatismo (un testimonio personal)", de Octavio Rodríguez Araujo. Lo empecé a leer porque hace unos años un buen amigo, me mostró unos párrafos en los que Rodríguez Araujo hacía referencia a un "abogado" Carlos Berúmen, que hizo todo tipo de desastres oportunistas en la Convención Nacional Democrática de los zapatisas. Por desgracia más de una vez he tenido que lidiar políticamente con el tal Berúmen, y entre que quería reafirmar mi aversión a él y difundir que no era confiable, me puse a leer todo el libro.
El libro fue una muy agradable sorpresa. Empieza definiendo el objetivo de la crónica-narración, que centra el grueso del texto entre 1994 y 1997, en la idea de escribir no sobre la posiciones estratégicas del zapatismo, sino sobre lo que vivió ahí adentro como persona de carne y hueso que asume que todas las personas son de carne y hueso.
Leemos también sobre las diferencias entre los protagonistas de un cierto procesos social, pero casi siempre enfocadas a lo político a lo estratégico, como si se tratara de seres casi perfectos entre sí, sólo distintos, y no de personas que tienen defectos, pasiones, preferencias, odios, querencias, mezquindades o altruismo.
La narración y las lecciones sobre un movimiento como lo ha sido el zapatismo son interesantes sobre todo para quienes tenemos serias dudas sobre nuestras capacidad para construir organizaciones políticas desde la ciudadanía, y no desde el aparato del estado. Sin embargo también hay lecciones para quienes no se quieren dedicar a eso sino simplemente intervenir de vez en cuando en la vida pública. Un ejemplo de estas lecciones es una párrafo en el que habla del ninguneo, del cual ya había hablado Octavio Paz, y profundiza,
Y entre quienes son definitivamente intolerantes el ninguneo es el menor de los castigos para los que no están en la lógica de lo políticamente correcto, porque puede haberlos mayores: la censura, el exilio, la prisión o la muerte. Pero aquí hay una paradoja: la censura, el exilio, la prisión o la muerte provocan mártires, el ninguneo no, por eso su práctica es un arma tan poderosa como sofisticada.
Todo el libro es simpático, a veces chistoso, y severo en sus juicios. No perdona a quien no quiere perdonar, y trata con cuidado a quien no quiere enemistar (por completo). Pero al mismo tiempo saca como la gran lección política, que en política uno tiene pensar que hay "compañeros de viaje", gente con la que no está de acuerdo en todo pero con la que se comparten causas y objetivos.
En mi ya larga trayectoria entre las izquierdas de México y otros países (más de cuarenta años) he encontrado poca gente que anteponga los posibles puntos coincidentes a las diferencias y que sepa o quiera distinguir entre enemigos comunes y quienes son compañeros de viaje aunque haya diferencias.
A mi sorpresa (y si él supiera, seguro que a la suya también) me encontré con que he usado exactamente las mismas palabras que él cuando quiero argumentar en favor de la discusión libre y abierta. Ahora hago el chiste que por lo menos una de mis múltiples personalidades ha de ser hermana de alma de una de las personalidades de Rodriguez Araujo:
Lo democrático es hablar y dejar hablar, trata de convencer y estar dispuesto a ser convencido. Sólo con democracia se puede construir democracia, sólo con honestidad se puede desterrar la cultura de la que en México llamamos transa.
El libro es agradable para leer, es una suerte de novela en la que cuenta como un académico marxista ya tarde en su vida decide dejar un rato la abstracción de su cubículo para meterse a conocer algo nuevo en lo que cree profundamente. Esto realmente creo que es la gran lección, estoy seguro que Rodríguez Araujo entiende y analiza mejor las instituciones políticas en nuestro país, porque de una manera u otra se fue a meter a como se vive la política nacional. Ojalá más académicos siguieran sus pasos. Es tal el impacto que tuvo esta experiencia en su pensamiento, que no deja de hacer chistes sobre cómo el nunca salía de la Ciudad de Mëxico, es un individualista urbano, tiene problemas para la espalda, y no le parecía nada romántico eso de viajar a la selva para hacer política (llevaba su cafetera italiana a todos lados). Es decir, el que escribe es alguien que se metió al zapatismo, y lo vivió como cualquier otra persona, asumiendo que es de carne y hueso.
p,d. por cierto, y esto no tiene porque interesarle a muchos, pero me sorprendió mucho el papel que jugó el PRT (troskos) en el zapatismo en algún momento (por lo menos al principio).