Mi columna en El Universal de hoy:
(aquí otras fotos del temblor de 1985, de Pedro Meyer)
Si algo sabemos sobre los temblores en la ciudad de México, es que el lago sobre el que se construyó la ciudad —que parece desaparecido— vuelve a ser un lago cuando hay un terremoto. A lo largo de los años, Cinna Lomnitz, investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, nos ha advertido una y otra vez que durante un temblor, el lodo sobre el cual está construido el centro de la ciudad funciona como antena y amplifica la fuerza con la que sacude a edificios y construcciones. Nuestra presencia en esta zona es ya inevitable, sin embargo el tipo de edificio en el que podemos estar en el momento de un temblor, puede hacer que corramos con suerte y sólo nos llevemos un susto, o que quedemos lapidados debajo de concreto armado. En 1985 se cayeron 371 edificios de entre 7 y 18 pisos, todos en la zona lacustre. De esos la gran mayoría eran edificios modernos sin sótanos. Es decir, pese a vivir en el lodo del lecho del lago, si vives en un edificio colonial, o un edificio de menos de 7 pisos, y/o grandes sótanos es más probable que no te pase nada.
Frente a lo que entendemos como “desastres naturales” podemos asumir distintas actitudes. Una muestra de estas, son las reflexiones intelectuales que varios pensadores europeos publicaron durante el siglo XVIII después del terremoto de la ciudad de Lisboa en 1755 que dejó por lo menos 10,000 muertos e innumerables daños materiales.
Voltaire vio el temblor como una oportunidad para mofarse de aquellos que se llamaban optimistas, por lo menos Leibniz, a quien le atribuía una idea que rezaba: “todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles.” ¿Con tanto sufrimiento cómo podía ser este el mejor mundo posible, este en el que los inocentes mueren sin causa y los culpables viven sin pena? Leibniz, con aquella idea quería absolver de responsabilidad, sobre el mal y el sufrimiento del mundo, a Dios. Pues si este era omnipotente y castigaba o permitía el sufrimiento de los inocentes, era un Dios criminal, cruel e injusto. Para Leibniz este mundo, el que incluye tragedias, era el mundo necesario dentro de los límites de lo que Dios hacía posible. Ni bueno ni malo. Dios perdía fuerza pero ganaba irresponsabilidad. Si Dios no es responsable, entonces, ¿quién es el criminal?
Hola! me gustó tu columna, me pareció que le diste un buen enfoque al tema.Saludos
Natalia Andrade
Publicado por: Natalia | 24/09/10 en 12:50