Esta es mi columna de hoy en El Universal.
Llevo varios años imaginando a las personas como bolas de plastilina. Más moldeables que elásticas nuestras personalidades se forman y deforman cada vez que topamos con algo. Cada vuelta es diferente, damos tumbos en los cuales la textura sobre la que rodamos nos modifica sin poder controlarla del todo. Cada giro nos cambia, haciendo imposible que el camino sea recto y tenga algún destino fijo. Años, imaginando eso, pensando que era una suerte de consuelo individual con el cual explicar la vida y sus bandazos. Años, hasta que un amigo me mostró la pieza de Gabriel Orozco, “Piedra que cede” (1992): una gigantesca bola de plastilina que rodó por la ciudad de Nueva York dejando que se le pegara cuanta cosa había en la calle, y tomara las formas que los patrones del suelo iban marcando. No podría estar mejor expresado, somos piedras que ceden.
A principios del siglo XX, George Simmel, veía cientos de miles de piedras que cedían al pasar del campo a las metrópolis. En su ensayo “La Metrópolis y la Vida Mental” (1903) (aquí en inglés), Simmel distinguía la personalidad de los habitantes de la ciudad de la personalidad de los del campo. La metrópolis lleva a nuestro sistema nervioso al límite de su capacidad para recibir estímulos -decía. Esto modifica poco a poco nuestras personalidades. Hay ruidos, luces, obstáculos. Para Simmel era inconcebible que nuestros corazones pudieran sobrevivir el nivel de estimulación urbana. Para sobrevivir, nuestro intelecto interviene, regula los picos de estímulo, nos quita el rojo y el amarillo y nos los cambia por grisáceos. Dejamos de distinguir una cosa de la otra, nos protegemos, nos guardamos en planicies mentales, cedemos poco. La vida rural era más rica, más emocional, más auténtica, pese a parecerle más limitada. Por eso, lo que ganamos en individualidad y libertad en las metrópolis, lo perdemos en autenticidad. La única manera de recuperar alguna autenticidad es empujando más fuerte, haciendo más ruido.
Las dos referencias musicales. Una es este documental: La otra, es algo que se veía así:
No es nostalgia, es regocijo
No es enojo atemperado, es urgencia
No es invitación al exceso, sino a ir más rápido
No quieren romper con la soledad impuesta por la vida moderna, sino con la indiferencia
Publicado por: Valentina | 15/10/10 en 15:28