Esta es mi columna de hoy en El Universal.
Las restricciones del miedo
Desde el domingo pasado se han publicado dos tipos de críticas a las poco concurridas elecciones vecinales. Una dice que el problema está en pretender zafar del sistema de partidos la elección abierta de un órgano administrativo. A estos críticos, la idea misma de los comités ciudadanos formados por personas que no militan abiertamente en partidos, y con campañas políticas no partidistas les parece una suerte de populismo institucionalizado. Es el reconocimiento legal de la (¿falsa?) disyuntiva, entre ciudadanos independientes y ciudadanos partidistas. Sin los partidos que usan recursos públicos, que tienen organización, experiencia y mal que bien representan a grupos amplios de la sociedad, una elección no tiene sentido —dicen—. Es una farsa disfrazada de “pureza” ciudadana.
El segundo tipo de críticas, son las utópicas, las que auténticamente imaginan que las elecciones vecinales deberían de reflejar al ciudadano activo de la democracia ateniense. El ciudadano ideal que prioriza lo público y lo compartido sobre cualquier otra cosa. Estos críticos no les queda más remedio que la frustración y el desencanto. No es que la instituciones no sean democráticas —dicen— sino que las y los ciudadanos somos apáticos, no nos interesa el quehacer público, somos egoístas que no distinguen lo importante de lo irrelevante.
Creo que ambos diagnósticos están equivocados.
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