Acá mi columna de hoy en El Universal sobre microbuses y la negociación de la Línea 3 de metrobús.
Me atrevo a decir que los proveedores de servicios con peor prestigio en la ciudad de México son los microbuseros. Casi no hay persona en la ciudad que no tenga algún contacto de manera cotidiana con ellos.
En términos de viajes, casi la mitad de los habitantes de la zona metropolitana se mueven en microbús (45.2% microbús, 14% metro, 1% bici, 10.1% autobús, 1.3% trolebús y tren ligero, 5.2% taxis, 20.3% autos particulares. Setravi, 2010).
No hay automovilista que no tenga que frenar de golpe detrás de uno de ellos, no hay ciclista y peatón que no los tenga que torear, y no son pocas las colonias que sufren del ruido y contaminación de los paraderos que se forman de manera irregular en esquinas y plazuelas.
Pocas veces puedo decir que voy cómodo en un microbús. En los que tienen asientos acomodados de manera horizontal es básicamente imposible que me quepan las piernas, y si me toca ir parado muchas veces tengo que ir medio agachado.
Veo con cierto alivio los poco micros que tienen de un lado una sola banca en posición vertical, pero cada acelerón y frenada trato de agarrarme del algún lugar para no aplastar al de enfrente, sin poder evitar ser el dique de los que vienen atrás. La música no me molesta demasiado y el mejor lugar que puedo agarrar es en la banca de hasta atrás, el asiento del centro.
Mi queja no es ni única ni minoritaria; según el Observatorio Ciudadano de la ciudad de México, 50% de los usuarios cree que el servicio es malo o pésimo. Para echarle sal a la herida, los concesionarios negocian con el gobierno con bloqueos, dejando a una parte de la ciudad sin transporte. Pareciera que su estrategia tiene como objetivo ganarse enemigos y no aliados.
Se puede decir, que el cambio entre el morado y el azul reflejan "la explosión de los peseros"
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