Mi columna de hoy en El Universal.
Las banquetas son el prototípico espacio público. Y en la ciudad de México, cualquier habitante lo sabe, las banquetas o no existen; o están destrozadas por el paso del tiempo; o están privatizadas por creativos residentes para recibir por la puerta grande a sus coches. Un vecino que sueña con banquetas uniformes es José Antonio Aguilar quien hace poco más de diez años publicó en la revista Nexos un gran texto llamado “La economía política de las banquetas”. En él Aguilar usa nuestras desafortunadas banquetas como evidencia de la debilidad del precario Estado mexicano, y de la apatía generalizada de la sociedad. Aguilar concluye, “Muchos factores dan cuenta de la economía política de las banquetas... una estructura de incentivos que induce a la privatización y un Estado ausente, pobre e irresponsable... Nadie las ha planeado; no son producto de una conspiración... resultado natural y espontáneo de una sociedad que no se organiza”.
Aunque me gusta la metáfora de Aguilar tengo un par de diferencias con su conclusión, y un contraejemplo que creo puede resultar interesante.
Es difícil pensar que haya un conspiración urbana que destruye sistemáticamente nuestras banquetas. Sin embargo, sí existe una conspiración urbana que sistemáticamente invierte recursos en el pavimento —carpeta asfáltica o arroyo vehicular si uno quiere sonar más profesional— y que no prioriza ni el espacio ni los recursos humanos, fiscales y políticos para tener, ampliar y mejorar nuestras banquetas. Sí existen vecinos que se organizan y quejan con las autoridades, pero sus quejas (y por tanto las campañas políticas) se enfocan más en los baches que en las banquetas. Incluso recuerdo el estúpido concurso de un noticiero de televisión buscando los topes y baches más grandes de la ciudad para darles un premio con sorna. Insisto, sí existe una conspiración urbana en defensa del pavimento, una conspiración poderosa, que se beneficia más del asfalto que de las banquetas. Una conspiración que desde el Estado construye segundos pisos, pasos a desnivel y vías rápidas. Una mejor respuesta de economía política sobre el tema podría ser encontrada preguntándose: ¿Por qué el Estado ha escogido privilegiar el uso del asfalto por encima del uso de las banquetas? ¿Quién usa cotidianamente las banquetas, y quién usa cotidianamente el asfalto?