Este es mi artículo de hoy en El Universal.
Tengo en mis manos el “Folleto de Nomenclatura de las calles, plazas, parques y jardines de la ciudad de México” (hoy, las cuatro delegaciones centrales) editado por el Departamento del DF en 1933, el cual permite comparar los cambios de nombres de las calles de la ciudad entre 1869, 1928 y el año de publicación. El librito es una sorpresa. Me hace pensar en las calles, sus nombres, y el Estado. Lo primero que llama la atención es el crecimiento de la ciudad entre 1869 y 1933 a partir de sus calles. Entre esos años se registran más de dos mil calles nuevas.
Sin embargo, este número subestima el total en el crecimiento de las calles porque -y esto nos lleva al segundo punto- en el siglo XIX se nombraban las cuadras, no las calles. Es decir en 1869 se registraban casi 600 cuadras, pero en 1933 casi tres mil calles. Doy un ejemplo: la calle que hoy conocemos como República de Guatemala antes tenía un nombre distinto por cuadra. La 1ra era Escalerillas, la 2da Santa Teresa la Antigua, la 3ra Hospital de San Nicolás, la 4ta Plaza Santísima, la 5ta Maravillas, y la 6ta Indalecio.
Un tercer patrón, que se nota a simple viste, es un cambio hacia la generalización del uso de nombres personales. Por ejemplo en 1933 se registran calles con nombres como Jaime Nunó, José Ma. Pino Suárez, Luis Moya, Leona Vicario, y Juárez, los cuales vinieron a sustituir una amplia variedad de nombres como: Luna, Flamencos, Bajos de Porta Coeli, Estampa de Jesús, Nuevo Rastro, Calvario, Hospicio de los Pobres, Corpus Christi, Patoni, Armado, Espalda de Santa Teresa, Mugiro, Huacalco, Ancha, Pajaritos, Cuevas, Ciegos, Inditas, Corchero, Pradito, Garrote, Buena Muerte, Garrapata, Nahuatlato, Sapo, Santa Clara, Consuelo, Manchincuepa, Espantos, etc. En esta generalización y estandarización de cuadra a cuadra se nota la intención, entre finales del siglo XIX y principios del XX, de construir referentes comunes de identidad nacional a partir de personajes históricos. No es lo mismo -habrán pensado quienes cambiaron los nombres- que la autoridad, esa autoridad, nombre una calle que refleja una pertenencia local, profesión o autoridad religiosa, que nombrar una calle que refleja lealtad política a ideas amplias de pertenencia. Es decir, para el Estado (laico en esta caso), no era lo mismo que sus habitantes vivieran en la calle Amor de Dios o Mecateros que en Emiliano Zapata.
Aquí un post que escribí sobre el mismo tema comparando a Bogotá con Cartagena.
Acá un post de Rodrigo Díaz sobre el mismo tema, pero en Chile.
Acá un artículo de Guillermo Sheridan y otro de Héctor Manjarrez sobre cómo se nombran calles y puentes en el DF.
Acá la verificación muestral del padrón que hace el IFE, en donde aparece el % de domicilios no encontrados por estado.
Aquí la nota original del periódico en San José, Costa Rica.
Esto es lo que dice un argentino sobre las calles en San José:
Costa Rica tiene algo muy peculiar que le complica la vida a los extranjeros: las calles no tienen nombre ni numeración (y no es un chiste). En San José, algunas de las avenidas más importantes tienen denominación (Calle 1, Calle 2, etc), pero es muy raro que los ticos (costarricenses) se refieran a una dirección por su nombre. Las indicaciones son al estilo “200 metros al norte del McDonald's, al lado de la casa de techo rojo” o “300 metros al sur del antiguo higuerón —¡un árbol que ya no existe!—, frente al RostiPollo”. Esto, para alguien que viene de afuera y está acostumbrado a encontrar las casas gracias a la numeración, es una pesadilla. Por más que uno busque, los números no existen, todas las casas se ubican porque están cerca de tal o cual negocio o restaurante. Incluso para pedir un taxi o delivery se les indica de esta forma, y a los ticos les funciona porque conocen muy bien sus ciudades.
Me recordaste una vieja anécdota familiar, Andrés.
Un hermano de mi abuelo paterno junto con su esposa visitaron en plan de vaciones el Distrito Federal hacia finales de los años treinta (38-39); "todavía no comenzaba la (segunda) guerra mundial", contaba mi abuelo.
De un viaje en tren desde Gómez Palacio, Durango, hasta el DF, en ese entonces era un trayecto de poco más de un día. La pareja llegó a un hotel entre 5 y 6 de la tarde. Se instalaron, se bañaron y decidieron salir a cenar. Tomaron un taxi y le dijeron al chofer que los llevara "al centro". Cuando decidieron regresar al hotel les salió lo gomezpalatino de la época (sus referencias de domicilios eran así: "enfrente de la panadería, atrás de la Iglesia", etc). Ninguno de los dos tuvo la precaución de anotar el domicilio exacto de su hotel, ni ningún otro dato. En su desesperación la esposa de mi tio-abuelo le decía a los taxistas: "no me acuerdo del hotel, pero había un anuncio grandote de la Coca Cola". Nunca encotraron el hotel. :)
Publicado por: edymex | 01/07/11 en 16:27