Hace unos meses Mario Molina apoyó la construcción del segundo piso y de la supervía. En su argumentación, de alguna extraña manera, dijo que eran necesarios para reducir el congestionamiento.
Hoy por mero azar, me topo con un texto que escribió para la revista Nexos en enero del 2006 sobre la calidad del aire en la ciudad de México, y en particular el importante papel que juegan los coches en la producción de gases contaminantes. Cuando discute el transporte público como la principal solución de movilidad frente a los nocivos efectos de los coches, dice:
En muchas ciudades se ha demostrado que construir más infraestructura para el uso del vehículo particular tiene efectos benéficos temporales, y a la larga resulta contraproducentes. Es decir, más vías crean incentivos para que la gente compre más autos, recorra más kilómetros y consuma más combustibles, y esto a su vez alimenta la necesidad de más vías.
Por ello es fundamental fortalecer el transporte colectivo a través de la implantación de sistemas de transporte público en autobúses rápidos y eficientes.
Me pregunto ¿también pensará Mario Molina que es una buena idea "abaratar" los coches quitando la tenencia?
Hay una contradicción que me gusta notar entre automovilistas. Por un lado se quejan profusamente del tráfico, las malas condiciones viales, la existencia de peseros, y de la falta de estacionamientos, y por el otro lado insisten en que deben de tener requisitos y costos mínimos por usar su coche. Quieren gasolina barata (odian la reducción del subsidio a través del “gasolinazo”), no quieren pagar tenencia, no quieren pagar por estacionarse, y aunque quieren transporte público, no quieren que les quiten un carril para el Metrobús o para bicicletas. ¿Por qué creen que a la ciudad le sale gratis construir el espacio para los coches? Será como se dice en inglés: quieren tener el pastel y a la vez comérselo.
La eliminación de la tenencia en el DF que anunció Marcelo Ebrard es muestra de ello. Con un orgullo injustificado el Jefe de Gobierno anunció que a 80% de los automóviles en la ciudad no se les cobrará tenencia, que sólo la pagarán los “autos de lujo”, y que no habrá un impuesto que la sustituya. La injusta campaña para privilegiar fiscalmente a los automovilistas es primero que nada responsabilidad de Felipe Calderón—quien lo hizo una promesa de campaña—y después del oportunismo variopinto de los gobiernos estatales (en muchos de ellos simplemente le cambiaron el nombre). Sin embargo en el caso del DF, el orgullo de Ebrard en realidad muestra la derrota que él mismo reconoce de sus mejores intentos para cambiar las prioridades presupuestales de la ciudad y la forma de transporte de sus habitantes. La eliminación de la tenencia, sobre todo, puede tener un impacto en la posibilidad de adquirir un automóvil para las personas de menores ingresos. El incremento del uso del automóvil sólo es un acto de justicia social si Ebrard reconoce que no ha podido generalizar un servicio de transporte público en la ciudad que no provoque que millones de personas quieran escapar de él, aunque sea para vivir los congestionamientos en el encierro de sus coches. ¿Qué no se podrían gastar los ingresos de la tenencia en mejorar el transporte público o el espacio para bicicletas?
Aquí dos textos de Gerardo Esquivel muy buenos sobre el tema. Uno sobre el mito de que la tenencia fue creada para las olimpiadas del 68 y otro con sus propios argumentos elogiando la tenencia.
La semana pasada escribí un artículo sobre "La clase torturable" en México. Recibí más de un comentario diciendo que las violaciones de derechos humanos estaban justificadas. Otros comentarios simplemente eran de enojo por reconocer las distinciones de clase que hacen quienes ejercen la autoridad en México. El día de hoy el periódico Reforma reporta la tortura de una persona en manos de la policía del DF en Tepito hace unos días. El video al que hace referencia el Reforma, está hecho por un periodista Jorge Becerril. La persona que es "ahogada" (hay otra haciendo cola) en una cubeta como parte de lo que parece una "investigación express" se puede ver del minuto 1:43 al 1:55.
Estos datos los saqué del anexo estadístico de CONEVAL. Creo que son particularmente importantes considerando una nota que Gerardo Esquivel hizo hace unos meses para Nexos. En ella critica algunas de las consecuencias de la medición multimodal de la pobreza, como por ejemplo la equivalencia en el acceso a distintos derechos. Es decir que a la hora de sumar la carencia en cada derecho considerado relevante, no se le dé distinto peso a cada uno, consideranto que no es lo mismo no tener un buen piso que no tener comida. En la medición agregada de CONEVAL no podemos notar la diferencia en importancia de estas varaibles. Esquivel dice:
Aquí, por supuesto, el problema ya no sólo es el de la intersección de requisitos múltiples para ser considerado como pobre extremo (lo cual, como es obvio, reduce significativamente el tamaño de la población que cumple con dichos criterios), sino que también pone en tela de juicio el criterio de tratar como sustitutos perfectos a todas las carencias incorporadas en el análisis. Note que esto implica que se le da exactamente el mismo peso a la carencia de seguridad alimentaria que a la de calidad y espacios de la vivienda, es decir, que se equipara la satisfacción de las necesidades alimentarias con, por ejemplo, una mejoría en la calidad del piso de la vivienda.
La objeción a esta forma de ponderación de cada derecho cobra un sentido cuando se ve la diferencia entre los datos agregados y los datos de cada derecho. Aquí, por ejemplo pongo una gráfica que muestra el cambio en el pocentaje de personas que tienen acceso al derecho a la alimentación. Es decir en qué proporción creció o se redujo entre 2008 y 2010 el acceso a la alimentación por estado.
Según estos datos los tres estados con mayor crecimiento en la carencia en el acceso a la alimentación fueron:
Campeche 10.9%
Baja California Sur 10.5%
Estado de México 10.4%
*Ojo, en estos estados el porcentaje de la población que no tiene acceso a esta derecho está entre 25 y 31 por ciento.
En contraste, si sólo se toma el agregado, la población en situación de pobreza, los cambios entre 2008 y 2010 en esos tres estados son distintos. En Campeche un crecimiento leve, en Baja Sur en crecimiento importante, y en el Estado de México, incluso una reducción:
Campeche 0.6%
Baja California Sur 9.5%
Estado de México -1%
En los tres casos las carencias en acceso a vivienda, seguridad social, salud y espacio de vivienda se redujeron, como es la tendencia en el resto del país. Lo que me pregunto es: ¿se puede hablar de reducción de la pobreza sin considerar un incremento importante en la gente sin plena alimentación?
En la ciudad de México, a principios del siglo XX, se distinguía la legitimidad en el uso de la violencia a partir de diferencias entre clases sociales. En el libro Ciudad de Sospechosos, Pablo Picatto Piccato narra cómo las autoridades reconocían las diferencias de clase, y por tanto condenaban de manera distinta por actos equiparables. Por ejemplo, el código penal de 1871 eximía de responsabilidad penal a quienes actuaran en defensa de su honor o del de otra persona. Ese fue el caso de Francisco Torres en 1923 -cuenta Picatto Picatto- quien después de pedir a Carlos Susan que dejara de molestar a su esposa en el cine, lo retó a un duelo, y a las afueras del lugar lo mató de un balazo. El jurado, por unanimidad, dejó libre a Torres tras haber presentado testigos que acreditaron su honorabilidad, buenas costumbres, y absoluta honestidad. En contraste, para las autoridades, los pobres de la ciudad no eran sujetos de honor, y por tanto no podían legítimamente ejercer violencia para defenderlo. Cuando había una pelea callejera, la policía arrestaba “a quien estuviera a la mano, incluyendo a la víctima”, o a cualquiera que estuviera sangrando, mientras en las delegaciones muchos detenidos insistían en sólo ser transeúntes. La razón principal de estas prácticas de arresto—continúa el autor—se debía “a la presuposición de los funcionarios de que costaba trabajo distinguir a víctimas de sospechosos de clases bajas, que la palabra de cualquiera no era digna de confianza”.
Cuando leo en el reporte de Human Rights Watch (HRW) las violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad en México, pienso en la ciudad que describe Picatto, extendida. En el país de sospechosos que seguimos construyendo, en el que un agente del ministerio público federal en Tijuana declara que: “90 por ciento de los delincuentes dicen que fueron torturados y que son inocentes. Es falso. El único que miente es el propio inculpado”. Haciendo así eco al Presidente de la República, que sin ofrecer evidencia jurídica sostiene que 90% de los asesinados en el contexto de la guerra contra el narcotráfico pertenecen a organizaciones criminales.
HRW documentó lo que parece ser la punta del iceberg: 170 casos de tortura por parte de fuerzas de seguridad en cinco estados del país, 39 desapariciones, y 24 ejecuciones extrajudiciales. El documento, entre otras cosas, pinta las características sociales de las víctimas de abusos: “La mayoría de las víctimas en los casos documentados...eran hombres jóvenes de origen humilde o de clase trabajadora. Muchos tenían familia e hijos pequeños. Tenían diferentes ocupaciones; se trata de mecánicos, conductores de taxi, empleados de fábricas y trabajadores de la construcción.”
No había visto esta entrevista que le hizo Jon Stewart al economista urbano Edward Glaeser. Plantea varios de los temas de su libro "Triumph of the City" (acá había escrito algo de eso, y acá la introducción del libro), y con cara de auténtico entusiaste ofrece varios argumentos de por qué las ciudades son buenos lugares (y por qué no tiene mucho sentido seguir subsidiando la construcción de suburbios).
Hace no mucho salieron las fotos de un parlamentario japonés tomando agua sacada de los dos reactores de la accidentada planta nuclear de Fukushima de un vaso transparente. La intención del mensaje era clara: estamos tan seguros de que el agua contaminada se ha tratado correctamente que un funcionario de alto nivel se somete al riesgo de confiar en su gobierno.
Vuelvo a ver esa foto, y pienso en las conversaciones que escucho sobre la potabilidad y gusto del agua sola en la ciudad de México. Algunas personas prefieren una marca sobre otra: quesque una tiene más minerales, quesque la otra tiene un proceso de purificación más natural, queseque una sabe más a plástico. Pocas personas hablan del agua de la llave o sólo lo hacen para decir que sabe feo. Me veo, frente a extranjeros paseando por México, diciéndoles que es un mito el de la contaminación del agua en el DF. Les digo de chicotazo, sin estar completamente seguro, que nuestra agua es limpia, que en todo caso sabe a cloro pero que no tienen de qué preocuparse. En un tono que combina lo machín y lo nacionalista, presumo que tomo agua de la llave y no me enfermo. Luego con un tono menos machín, y más de precavido y supuesto conocedor, explico que recientemente he comprado garrafones de agua para tener en casa, porque aunque el cloro mata a las bacterias temo que pueda tener metales pesados el agua de la llave. ¡Nadie quiere envenenarse con mercurio, plomo o desarrollar cáncer nada más por machín...y nacionalista!
Todavía me acuerdo de cuando empezaron a aparecer las botellas de agua en mi primaria. Cada una valía 500 pesos (claro, de los viejos), y más bien eran vasos con una tapa de papel aluminio. El rumor era que el dueño de la escuela también era dueño de un pozo de agua mineral, que ahora está en manos de una transnacional. Se ha de haber hecho millonario.
Acá un post de Alberto Serdán sobre el mismo tema.
Una nota que curiosamente salió el día de hoy en la que el GDF pide 100 millones de pesos para invertir en el sistema de aguas.
Una nota que salió ayer en Proceso también sobre la desconfianza en el sistema público, y la ventas de agua embotellada.
Los datos que me entregó el GDF...en donde básicamente están todas las oficinas de gobierno (igual y faltaron algunas por ahí. La solicitud de información fue de una en una). La delegación Cuauhtémoc nunca los entregó.
En el número actual de la revista Nexos, salen publicados dos textos sobre Russell Jacoby, un intelectual público estadunidense que por más de una razón vale la pena leer. Le preocupan los intelectuales, el psicoanálisias, la utopías, y ahora la violencia fratrcida.
Jose Antonio Aguilar escribe un perfil de Jacoby y sus preocupaciones:
Por fin entendía cabalmente las razones de mi malestar con la academia norteamericana. Jacoby se preguntaba dónde estaban los intelectuales públicos de su generación. Los pensadores que habían nacido en las primeras décadas del siglo XX escribían en libros y revistas no especializados para un público educado. Sin embargo, la generación que le siguió —la de Jacoby— abandonó ese papel público.
Las razones de ello eran fundamentalmente dos: la desaparición de la bohemia urbana debido al éxodo de las ciudades a los suburbios y la expansión sin precedentes de las universidades norteamericanas en la posguerra. El ecosistema urbano que hacía posible la existencia de los intelectuales públicos (los cafés, las revistas literarias) se extinguió. De la misma forma, se volvió casi imposible conducir una vida intelectual fuera de los muros del campus. Nadie podía ya sobrevivir de escribir en revistas para un público general. La vida de la mente migró así a la universidad. Los intelectuales-profesores cambiaron el café por la cafetería.
También el mes pasado, Jacoby vino a México, aprovechando que presentó su nuevo libro sobre la violencia en el CIDE, lo entrevisté para que explicara a grandes rasgos sus argumentos:
No sé si haya una lección sencilla en estos casos, pero parte de ella es redirigir la atención a resolver los antagonismos dentro de una misma comunidad, en vez de proyectarlos hacia afuera como tiende a hacerse tradicionalmente. La tasa de homicidios en Estados Unidos es sorprendente. Por un lado, están los atentados de septiembre 11 y, por el otro, un alta tasa de homicidios cada año y pareciera como si todos pensaran que eso no es un problema. No, no son los extranjeros: son estadunidenses matando a estadunidenses, o mexicanos a mexicanos, o sirios a sirios. ¿Por qué no podemos ver eso? Preferimos verlo desde el paradigma simplón de “el otro”, de los extranjeros. A veces son los extranjeros, pero casi siempre son los paisanos a los que nos cuesta trabajo aceptar.
Uno de los énfasis del libro de Jacoby, que más me interesó, y que me gustó que reslatara fue el que habla de la violencia que surge a partir de una concepción particular de la masculinidad, en la que los hombres temen a las mujeres por el miedo a ser emasculados. Algo tendrá que explicar por qué los hombres matan a tantos hombres (y mujeres), y las mujeres lo hacen tan poco.
Ya varias personas han escrito sobre la modificación gradual del discurso de López Obrador en los últimos meses. Más allá de si es un discurso que resulta convincente o no, es un discurso que sin duda, hasta donde tengo memoria no habíamos escuchado en política de manera prominente en México.
Héctor De Mauleón hace unos meses escribió, "El Dalai López",
la explotación de la religiosidad popular para fines políticos, aparece de nuevo en medio del estruendo de las balas,en medio del clamor que ha desatado la fallida estrategia contra las drogas del gobierno de Felipe Calderón.
...
La traducción aproximada: mientras "ellos" prodigan el mal, yo predico el bien; mientras "ellos" se arman, yo difundo el amor; mientras "ellos"; promueven el odio, yo los valores morales y espirituales.
Carlos Bravo, también notó el cambio retórico y lo criticó pensando en lo que él consideraba era el principal atractivo del discurso Lópezobradorista:
De ahí que resulte tan desconcertante el viraje que acusan sus intervenciones recientes: la idea de que “lo material” es secundario, de que en el fondo lo fundamental es “contribuir a la formación de hombres y mujeres buenos y felices”. Porque una política que da prioridad a los “valores culturales, morales y espirituales” por encima de los salarios, los empleos, la educación, la vivienda o la salud es una política que quiere la purificación de las almas más que la redistribución de la riqueza, la bondad antes que el bienestar, la despolitización en lugar del conflicto. ¿En qué sentido es, entonces, una política de izquierda?
Estábamos mejor con el otro Obrador: el que hablaba más como Carlos Marx y menos como Juan Pablo II.
Hoy hay dos publicaciones de López Obrador. Una, su artículo ($$) en el periódico Reforma, en el que concluye,
Por último, estamos conscientes que la crisis actual no es solo por falta de bienes materiales, sino también por la pérdida de valores. De ahí que sea indispensable auspiciar una nueva corriente de pensamiento para alcanzar un ideal moral, cuyos preceptos exalten el amor a las familias, al prójimo, a la naturaleza y a la patria.
En suma, convocamos a todos los mexicanos a construir una sociedad mejor y con grandeza espiritual: una república amorosa.
La segunda es una entrevista en ADNpolítico.com en la que también concluye,
...que podamos ser más humanos, más justos, más igualitarios, osea más cristianos punto.
La entrevista es interesante, porque es la primera vez (o la primera que he notado) que López Obrador específicamente defiende los valores que promueve como valores cristianos. Es decir, si en el lenguaje ya había referencias religiosas, ahora las hizo explícitas. Confieso que siendo no-cristiano, me siento incómodo con la politización pública de la religión por uno de los princpiales contendientes a la presidencia. Esto no quiere decir que me siente incómdo con muchos de los valores a los que refiere, incluso hay varios que con gusto uso. Lo que no me gusta es que ya los haya envuelto en una etiqueta que significa muchas más cosas que la lista de valores que suele soltar. Entiendo que esa pueda ser su forma de ver el mundo, entiendo que sea con esos referentes que construya sus argumentos y sí, valores, lo que no entiendo es cuál es la necesidad de definirlos como parte de una corriente religiosa en particular. ¿En serio queremos un México más cristiano?
Me pregunto qué opinan muchos de los militantes lópezobradoristas, y de los militantes de las izquierdas históricas en México sobre este giro discursivo. ¿Qué tan cómodos o incómodos se sienten con el deseo político de un México más cristiano?
Para las izquierdas los gobiernos urbanos han significado un espacio para recuperar discusiones que a nivel nacional desaparecieron frente al dominio de preocupaciones económicas abstractas y en particular del discurso antiestatista. Por definición, las ciudades necesitan del Estado. Es en la intensidad de la vida urbana donde es inevitable enfrentar colectivamente los problemas más evidentes que resultan de vivir en sociedad. Incluso los más neoliberales reconocen que es vía impuestos o regulación estatal que se construyen calles y transporte público, se financian bomberos, entrenan policías y se regulan permisos de obra y operación de negocios.
No es casualidad que los últimos dos candidatos más visibles de las izquierdas mexicanas a la presidencia sean exalcaldes del DF. En el resto de América Latina es común ver a gobiernos capitalinos de izquierda convertidos en trampolines hacia la disputa por los gobiernos nacionales. Ese ha sido el caso del PT en Sao Paulo, del FAP en Montevideo, del Polo Alternativo y el Partido Verde en Bogotá, y la UCR en Buenos Aires.
Estos gobiernos se han caracterizado por ver al Estado no sólo como fuerza coercitiva, sino como una fuerza de bien con la cual se intentan solucionar problemas comunes. Los gobiernos urbanos de izquierdas contrastan con gobiernos nacionales que reflexionan poco sobre la vida cotidiana para concentrarse en la gestión de indicadores macroeconómicos y demográficos.
Es en los gobiernos locales donde se determina cómo va a ser la salida de las personas de su casa, cuánto tiempo van a tener para comer y en qué condiciones, cuánto les tomará regresar a su casa y cuanto tiempo libre tendrán con sus familias. Ahí se determina cuánto estrés les causa el riesgo de ser asaltado; también cómo serán sus días de asueto, si podrán compartir espacios públicos o si tendrán que vivir en el encierro de los bloques de concreto gris. Es decir, los momentos no excepcionales de nuestras vidas, la normalidad, la determina la forma y atención que construye el Estado local.
Veo la izquierda como una comunidad en donde hay un llamado honorable para construir un mundo diferente.
Un lugar donde queremos establecer el juego que nos permite alterar el contexto.
Una comunidad integrada por personas autonomas.
Una comunidad donde la experimentación democrática es el método más frecuente.
Una comunidad en donde se reimaginan los problemas, se reinventan las soluciones y se reconstruye el mundo.