1. El Otro México: Un viaje hacia el país de las historias extraordinarias de Ricardo Raphael, sobre el que escribí:
En 500 páginas Raphael se toma el tiempo de contar anécdotas, reflexionar, y describir lugares y momentos de la península de Baja California, Sinaloa, Durango y Chihuahua. La narración va siguiendo el paso de un viaje que hizo el autor, acompañado de personajes, libros y memorias que fue topando en cada ciudad o pueblo de donde recoge información, interpretaciones históricas, y preocupaciones cotidianas.
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Esto no quiere decir que el autor no emita juicios ni opiniones, sino que lo hace de tal manera que aunque sus juicios sí tienen un hilo conductor, no parecen una imposición del chilangócrata. Le enfurecen la pobreza y exclusión de los tarahumaras, la limpieza étnica en contra de la comunidad china, el genocidio de los pueblos apaches; la corrupción y abuso de Abelardo Rodríguez y el callismo, de la familia Hank, y de Antonio Bermúdez; la violencia egoísta de los cárteles denarcotraficantes y la complicidad indirecta de quienes les escriben loas; el machismo que se expresa en las películas de Pedro Infante; y la explotación de los mineros que construyeron muchas ciudades del norte.
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2. El bajón y el delirio: crónicas de un pocho en la ciudad de México de Daniel Hernández, sobre el que también escribí:
La riqueza de las memorias de Hernández surge no sólo de su condición de extranjero en México, sino de mexicano en Estados Unidos. Después de crecer en California, viajó y luego se mudó al país natal de sus padres. Un país sobre el cuál había oído en su casa, sobre el que veía noticias en español, sobre el que leía en libros de historia, sobre el que veía en películas, y sobre el cual, desde afuera, lo asumían integrante. Ese México abstracto sobre el que construyó parte de su identidad, pero del cual no había podido retomar lo que sólo se conoce por hábito, lo que se mama: las reglas no escritas, la historias no contadas, las rígidas estructuras sociales sobre las que se actúa pretendiendo que son invisibles.
Es con esa mirada que Hernández penetra en una variedad de fenómenos y sucesos de la ciudad: los punks y el Chopo, los seguidores de la Santa Muerte y de la Virgen, los emos, las reacciones sociales e individuales a la “inseguridad”, las fiestas de los fashionistas en la Roma-Condesa. Sus descripciones no sólo suenan veraces, sino transparentes. Sus críticas son incisivas, justamente porque son las de quien conoce las condiciones del margen.
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3. Fouché: el genio tenebroso de Stefan Zweig. No conocía este libro, y fue un regalo de navidad. El tema central es una obviedad, la política que hacen los políticos. Fouché sobrevivió los cambiantes tiempos políticos de la francia revolucionaria, a partir del cálculo, el acomodamiento, el cambio, la traición y claro la corrupción y miedo. Los instrumentos políticos que usa Fouché para sobrevivir políticamente a ratos hacen pensar en políticos mexicanos que bajo uno y otro signo han sobrevivido detrás del poder a través de los años. Los dos que primero me vinieron a la mente fueron Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Camacho, Diego Fernández de Cevallos, Manuel Bartlett, etc. Creo que complementado como libro de análisis político queda perfectamente complementado con esa historia que se repite décadas después en el 18 brumario de Luis Bonaparte. Se describe la forma en la que se mueven los grupos políticos, y los individuos dentro de ellos, con las restricciones que la realidad va imponiendo. No toda su acción es voluntariosa, pero no son sólo víctimas de las circunstancias. (Aquí una reseña de Leo Zuckermann)
4. El nombre de la rosa de Umberto Eco. La verdad es que creí que este sería el libro que más me gustaría de la vacación, pero no fue así. Lo escogí pensando que no podía sólo haber leído los ensayos de semiótica de Eco, sin haber leído alguna de sus novelas gracias a las que es más famoso. El nombre de la rosa fue un bestseller en los años ochenta y quería encontrar en qué está basado su éxito. Me pareció que tiene buenos momentos de novela detectivesca (con sus respectivas referencias a Sherlock Holmes), y algunos menos de reflexión filosófica. Probablemente lo que encontré más interesante son las discusiones religiosas, que entiendo, sucedían dentro de la Iglesia Católica y el cristianismo en el siglo XIV. La diversidad en las órdenes e interpretaciones del evangelio me resultaron una sorpresa sobre la que sólo pienso que tendré que aprender más. Sin embargo la narración y descripciones de los escenarios me pareció farragosa y barroca. Me pregunto por qué tuve que esperar 495 páginas para que Eco dijera lo más interesante: primero un cuestionamiento al pensamiento religioso y rematar con un cuestionamiento al pensamiento científico. En esas últimas 5 páginas entendí por qué es considerado un clásico contemporáneo, en los meros años ochenta, planteó de manera inteligente, buena parte de los argumentos antimetafísicos de los posmodernos.