Paso frente a una gasolinera en día soleado. Veo agua corriendo por el parabrisas y un poco de espuma blanca que gotea de un trapo preparado para sacarle brillo al rojo chillón de un espejo lateral. La imagen podría ser la de un video sacado de los años ochenta en el que una joven rubia con cuerpo exuberante lava un coche con poco ropa. La espuma le cae en la mejilla y sonríe coqueta, esperando que otras mujeres le avienten agua mientras lavan un coche, o que el conductor aparezca con actitud de heraldo montado en su caballo. Las imágenes se mueven en cámara lenta, con los rayos del solo provocando un reflejo en el lente, las mujeres pueden ser porristas o al menos colegialas.
La imagen anterior, no sólo es como de video musical o película erótica, sino es también la descripción indirecta de un mercado laboral: el del servicio en las gasolineras. Un mercado que con esas características no existe en México. Donde existe, nutre una fantasía basada en la presencia de “trabajadores/as” temporales de baja productividad y poco capital humano, como en otras latitudes lo son estudiantes de preparatoria o de recién ingreso a la universidad.
Volvamos a la imagen en cámara lenta: a la espuma, el agua, el sol. El foco de atención es la cara de un señor, de unos 45 años, mientras limpia el parabrisas de una camioneta. No es muy alto, de piel morena y el cutis marcado por los estragos del acné juvenil. Frunce un poco el ceño tratando de evadir el reflejo del sol. Con el jalador quita las burbujas y las manchas que deja el agua. La manga recta de su uniforme verde no le permite doblar el brazo por completo porque se abulta del lado inverso al codo. Se ve y oye como traga saliva y carraspea. La garganta la tiene siempre seca debido a los gases de la gasolina que a diario respira. Al mareo uno se acostumbra, pero es la garganta la que no deja de molestar.
Este señor, que desde temprano en la mañana golpea los vidrios laterales traseros de los automóviles a los que despacha gasolina para después gritar “ceros”, no recibe un salario por su trabajo. Por el contrario, él paga al propietario de la gasolinera por poder ofrecer su servicio. El espacio que permite capturar una renta haciendo algo que los conductores podrían hacer (y de hecho hacen en buena parte del mundo) vale dinero, y los propietarios de las gasolineras no desaprovechan la oportunidad de ponerlo a la venta. Quien paga la cuota diaria, también está obligado a pagar la cuota de uso del uniforme, y se tiene que comprometer a vender X productos adicionales al día. Las propinas de los automovilistas sirven para pagar las cuotas, pagar la diferencia en caso de no vender los productos adicionales predeterminados, y para pagarse la vida. No hay otro ingreso, no hay derechos laborales, no hay seguridad social, no hay pensión, no hay registro. En pocas palabras no hay evidencia de que alguien tiene o tuvo ese trabajo.
Encontré en Youtube esta notita sobre un despachador de gasolina que también compone versos....
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Y claro el título del artículo se me ocurrió por esta canción de Santa Sabina.