Es un poco sorprendente encontrar pocas cosas escritas sobre violaciones a mujeres en nuestro país. La violencia sexual se ha vuelto un foco de atención gracias al activismo de grupos feministas, y en particular el feminicidio invade para bien la agenda pública, pero la violación de mujeres no parece ser parte de los reflectores. Las víctimas de violación no suelen contar sus historias, la prensa suele ser cuidadosa y no divulga detalles de las denuncias. Probablemente en todo el país hay miles de casos que nunca son denunciados porque corren el riesgo de provocarle un doble daño a la víctima. Primero la violación, y después la estigmatización.
La violación es probablemente uno de los crímenes que mejor refleja la desigualdad de poder entre hombres y mujeres. También hay violaciones a hombres, aunque suelen ser menos comunes. En buena parte del mundo durante siglos la violación no era un delito en contra de las mujeres víctimas, sino en contra de sus padres o hermanos. La “disponibilidad sexual” de la mujer era parte del capital de las familias, con la que se negociaban matrimonios y bienes. Quien violaba robaba. Las leyes así trataban a los violadores, como al ladrón.
En la prensa reciente no encuentro notas con mucha más información que las de sus encabezados; “Drogadicto detenido por intento de violación, “10 datos del modus operandi del violador de Ecatepec”, “Caputran a policías acusado de violación”, “Cae banda de robo y violación de mujeres en taxis”, “Aumentan violaciones contra mujeres en Taxis del DF”, “Policía es acusado de violar y atacar a mujeres”. No son muy distintas a las que el clásico de Botellita de Jeréz (y después el cover de Café Tacuba) dejara en el registro cultural hace años como un macabro homenaje a la revista Alarma!: La Lola, su historia lloró/ y auxilio al tira imploró/ el azul sonriendo la miró / qué creen que fue lo que pasó / siguiola, atacola, golpeola, violola, matola con una pistola.
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