No hace mucho pensé en el texto de José Joaquín Blanco "La ciudad y los solos". Su descripción del que dejan plantado me hizo pensar en cómo han cambiado las ideas del plantón, la espera y la soledad.
La primera reacción del plantado es negar la evidencia: no es posible que me planten, debe haber algún error, o algo terrible: accidentes o conjuras. Se siente además humillado, ninguneado. Y como si todo mundo y la realidad entera supieran la vergüenza de que está solo, se compaña de ademanes disculpatorios: consulta frenéticamente el reloj para que los caminantes vean que está esperando a alguien, pone gestos de preocupación; camina impaciente y desanda los pasos caminados, hojea el periódico y nada. Plantadísimo.
El texto de Blanco sólo pudo haber sido escrito hace más de tres décadas. Hoy quedar plantado (que no llega la persona con la que se hace una cita) pasó de ser una actividad involuntaria de relativa frecuencia, a ser una actividad semi-voluntaria casi inexistente (y el semivoluntariado lo constituyen quienes evitan los celulares o quienes hacen malos cálculos sobre la duración de la pila del celular). Claro que existen los planes no realizados, pero lo que dejó de existir, es aquel que espera y no sabe qué pasó con su cita, hasta horas o días después. Hoy si alguien va tarde a una cita (o no puede llegar) llama por celular para evitar la espera del otro, o al menos controlar la ansiedad de la incertidumbre. La pregunta ¿llegará o no llegará? dura poco, y nos hemos acostumbrado al mensajito que dice: "llego en 10", "ya voy por allá", "me atrasé un poquito". Del otro lado de la cita, está al que simplemente se le olvidó la cita, y que es un interrumpido por un mensaje que dice: "ya estoy aquí" o un "¿no quedamos hoy a las x?", etc. El que comete la falta, la esconde y contesta: "me atoré en -la oficina, el tráfico, la escuela, una junta- pero llego en -15,20,30- minutos".
La desparición del plantón, no desparece la espera. Al revés, la impuntualidad goza de cabal salud justamente porque la telefonía movil permite reducir la culpa de quien hace al otro esperar. "Me espera, pero lo hace sabiendo que llegaré y con un cálculo creíble de que lo haré en X tiempo." A su vez, las actividades de lo que constituyen la espera ya no son las de quien tiene que esconder a plena vista la ansiedad que exige el paso del tiempo, sume los ojos en el celuar y ahí o se pierde en algún juego absurdo en el que pone a prueba la destreza de sus dedos, o deja de estar sólo, ya sea leyendo lo que anda pasando por tuiter, o enviando mensajes, correos, etc.
Hace unos días, tuve una cita. Apunté mal la hora y me quedé sin pila en el celular. Esperé viendo nada, como se hacía antes. Mi celular -tiempo atrás- también hizo que mi reloj desapareciera. Paso la mirada por cada mesa, y trato de imaginar de qué hablan, quiénes son los demás comensales. Me preocupa un poco que crean que soy un loco. Veo a otro comensal solo, clavado en su celular. Yo con las manos sobre la mesa y un tehuacán enfrente. Voy con el gerente, le pido prestado el teléfono. Me lo presta con gusto y me dice que ya nadie le pide el teléfono fijo. Ya nadie llama buscando comensales. Antes de que desapareciera mi reloj, desaparecieron todos los números de teléfono que me sabía. Ya sólo me sé el de casa de mis papás, el de mi oficina y el de mi casa. Le llamo X a la casa. No contesta. Espero 10 minutos. Vuelvo a pedir el teléfono, X contesta y le pido que busque entre mis correos la hora de la cita. La encuentra y pido que mande un mensaje diciendo "ya ando acá". Reduzco mi ansiedad, vía la suplantación y evito la reaparición del plantón. Me vuelvo a sentar, y espero como se esperaba hace tres décadas.
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