Hace unos días después de poner una cita de un artículo (que crítica a la izquierda radical estadounidense y en particular a una lectura de su influencia política) en tuiter, Pascal Beltrán del Río rápidamente me contestó. Su respuesta no tenía que ver con el argumento del ensayo que tuité ni con la discusión que había en aquel texto. Ni siquiera estoy seguro que era una respuesta a mi. Lo que pareció fue más bien una respuesta a una discusión con otras personas, los estudiantes del #yosoy132, en la que, entiendo, según Pascal sus posiciones políticas, algunas de ellas radicales, quedaban descalificadas no por el argumento y sus consecuencias sino por ser ellos, "estudiantes privilegiados", quienes las sostenían. Es decir, el problema para él no parecía ser la posición política misma, sino el interlocutor por su origen socioeconómico.
La descalificación en nuestra discusión pública sucede todo el tiempo. Sucede sin duda por quienes solo profieren insultos burdos y que se han hecho muy visibles gracias a la apertura de espacios de comunicación implícita en la extensión de internet. Sin embargo, creo que es una tradición y hábito que inlcuso era (y es) visible en las élites en nuestro país que tenían y tienen acceso a los medios de comunicación masivo. No era ni es sorprendente ver cómo periodistas, intelectuales y escritores, descalifican (mos) a quienes quieren discutir con ellos (nosotros) usando formas que no necesiariamente son insultos burdos. Se descalifica diciendo que no contestarán porque los interlocutores "son ignorantes," "locos", "no están a su nivel", "charlatanes", "no son serios", "es un académico que vive del Estado", "es hijo de X", "escribe en Z", "escribe fatal", "no sabe de ortografía" etc. En términos generales es la superviviencia y legitimación de la tan horrible costumbre del ninguneo que describía Octavio Paz.
Lo peor de esta forma de descalificación es que no se considera siquiera una forma de descalificación. Muchas veces hasta se cree que en una discusión la creatividad no se debe enfocar en los argumentos sino en la sofisticación de la burla y descalificación del otro para mostrar destreza intelectual más que para refutar argumentos u ofrecer otros. Incluso hay formas aún más sutiles de descalificación como la que señala en su "Crítica a la razón arrogante" Carlos Pereda, como cuando en un espacio académico alguien dice algo como "claro aunque todos sabemos que Hegel es incomprensible". Es decir el contenido de los argumentos ya quedaron descalificados por que se dicen tan tan complejos, que no "merecen" ser discutidos.
Volviendo a la discusión con Pascal. El problema no fue sólo que descalificó a sus interlocutores por su origen socioeconómico sino el fondo de su argumento. Para discutirlos transcribo algunos de sus tuits:
1) @andreslajous: "radicals challenge the privileged; liberals co-opt them, claiming the glory" http://www.nybooks.com/articles/archives/2012/aug/16/left-vs-liberals/?pagination=false …
("los radicales retan a los privilegiados; los liberales los cooptan, y reclaman la gloria")
2) respuesta: @beltrandelriomx: "¿Pero qué pasa, estimado, cuando los privilegiados se disfrazan y juegan a ser radicales?"
3) @andreslajous: "¿y cómo defines "juegan"?"
4) @andreslajous: " y bueno también quiero entender qué quieres decir por "disfrazan"..."
5) respuesta: @beltrandelriomx: "Disfrutan las mieles de su privilegio pero adoptan la postura cool de oponerse a las reglas. Radical-chic, se le llama a eso"
Según entiendo el fondo de su preocupación es que quienes están en una posición de privilegio no pueden mostrar auténtica solidaridad política con quienes no están en posición de privilegio. Si son solidarios políticamente, al no ser los directamente agraviados, en realidad son parte de un "disfraz", de una farsa.
El argumento se puede atender. La única forma auténtica de representación de un agravio, parece decir, es que el agraviado sea representado por quien comparte el mismo agravio. No es descabellado pensarlo. El mejor representante es uno que vive en carne propia el agravio y por tanto puede identificarse plenamente con su representado. Alguien que no sufre ese agravio directamente es una mal representante justamente porque a la hora de representarlo lo hará de manera distorsionada por la ausencia personal de ese agravio.
La consecuencia de este argumento no es menor. Sólo las mujeres pueden representar "auténticamente" los intereses de mujeres, sólo los indígenas de indígenas, y sólo los niños de los niños, y sólo los pobres de los pobres, y los trabajadores de los trabajadores. La denuncia de una injusticia cometido por un rico en contra de un pobre no la podría hacer otro rico, porque implicaría una distorsión a priori de la posición del pobre. Así, una persona con discapacidad necesitará de un abogado con discapacidad.
Imaginemos este escenario: Pascal sale todos los días de su casa, y ve cómo una persona en silla de ruedas trata de subir a la banqueta, pero como no hay rampa tiene que sortear a los coches sobre la calle. Esta persona sólo para presentar una petición a la delegación para construir una rampa en la banqueta tiene que tomarse el día entero de su trabajo, y pagar a quien lo lleve a la delegación pues el transporte público tampoco cuenta con facilidades para personas con discapacidad. Para Pascal presentar la petición no es difícil, puede hacerlo en medio día, o incluso puede enviar un correo electrónico. ¿No lo debe de hacer porque no representaría con "autenticidad" los intereses de la persona con discapacidad?
Peor aún, qué tal que después de que la persona con discapcidad pierde cinco días de trabajo a lo largo del año llevando una petición tras otra a la delegación, no le hacen caso y no construyen la rampa, decide "radicalizarse" y con un martillo construir la rampa destruyendo la banqueta. ¿Qué debe hacer Pascal? ¿Denunciarlo por daño a la nación con la expectativa de que lo metan a la cárcel? ¿Ayudarlo a romper la banqueta con el martillo aunque él no tenga una discapacidad? ¿Ni ayudar ni denunciar? ¿Sugerir que llame a otras personas con discapacidad para que sean ellas quienes lo ayuden pese a la reducida posibilidad real de que suceda? ¿Si Pascal decide ayudar y/o no denunciar, está "jugando" y disfrazándose de radical por no sufrir de alguna discapacidad?
La posición que se preocupa por la radicalización de quienes tienen privilegios no es nueva. Por el contrario las movilizaciones e incluso guerrillas de los años sesenta en buena parte del mundo a muchos les resultaban particularmente preocupantes justamente porque eran los hijos de la calse media quienes las constituían. No eran los quejeosos de siempre, no eran los agraviados que habían perdido la capacidad de amenazar seriamente a los más poderosos, sino quienes para muchos no tenían un argumento de identidad con el agravio. Muchos de estos estudiantes radicalizados, ayer y hoy lo que tenían era no sólo una idea de la injusticia, sino también una idea de la solidaridad.
En el centro de estas preguntas lo que vuelve a salir es quiénes son actores políticos legítimos y quiénes no. Quiénes pueden hacer política, representar, y movilizarse de forma "auténtica" y quienes lo hacen como una simulación más. Lo que vuelve a salir son las ganas de descalificar a quienes participan en la discusión pública por "quienes son" y no por los argumentos, formas y objetivos que sostienen. Entiendo que hay quienes creen que la mejor forma de discutir es haciendo esas clasificaciones como parte de una estrategia política, pero todavia tengo la esperanza de que al reconocerse el supuesto de igualdad que hay en el ejercicio de los derechos civiles ese tipo de argumentos sean cada vez más raros, débiles y poco efectivos.
A partir de la discusión con Pascal, David Peña me envió una cita de Michael Walzer, que me parece expresa bien el sentido de solidaridad política, que para algunos es una farsa, y que para otros es una obligación ante la injusticia:
Hace muchos años me enseñaron a nunca cruzar la línea de una huelga...La identificación sentimental nos apuntaba hacia cierto tipo de política, marcada más, supongo, por un sentido de solidaridad con los oprimidos que por una alianza de hecho. Algunos de nosotoros, sin duda nos vendimos, pero puedo decir con confianza que ninguno de nosotros traicionó a la clase trabajadora: no conocíamos trabajadores para traicionar y no habían trabajadores que tuvieran expectativas sobre nuestro comportamiento...Pero estoy inclinado a conceder la posibilidad de una obligación moral mediada de la siguiente manera: yo estoy atado (yo mismo me ato) a esta u otra organización porque sirve a la causa de esos hombres, que no son miembros, a quienes yo no estoy atado, pero a quienes yo quiero ayudar (y creo que deben ser ayudados).
Sobre este mismo tema me topé con una cita de Simon Circthley en relación al movimiento "Occupy Wall Street" en donde hace una distinción entre la movilización de la solidaridad actual, en contraste con los motivos individuales de movilización en los años sesenta:
Para mi el gran problema en la política siempre ha sido el problema de la motivación -cómo puedes motivar a un ser para que actúe a partir de cierta concepción de lo que considera bueno. Vivimos en un contexto de un abrumador y desmotivante cinismo...Pero lo que ha sido asombroso a lo largo del último año es ver como cierto movimiento prendió, lo que me parece que es un tipo de respuseta etico-política a un mal. Para ponerlo en términos de un slogan: las luchas de los sesenta se trataban de un tipo de auto-liberación, mientras que las luchas más receintes han sido sobre la liberación de el Otro, o temas de igualdad y justicia que puede que no sean los que yo experimento de manera directa porque yo vivo en un estado de privilegio relativo, sino sobre los cuales estoy preparado para vincularme porque creo que hay un mal que necesita ser atendido.